martes, 18 de diciembre de 2012

Libertad efímera.

Esta noche estrena libertad un preso.

Bebe ron. A él le hace gracia pensar que es como uno de aquellos piratas que cantaban a las olas y al ron a partes iguales, perdidos entre aventuras, peleas y abordajes. En una esquina de un pub, con la música demasiado alta para él, ve pasar a la gente entre volutas de humo. Él no lo sabe, pero la ley prohíbe fumar allí. A pesar de ello, en aquel lugar nadie hace mucho caso a la ley, y menos a ese tipo estúpido de leyes.

Bebe, observa, piensa. Un codo apoyado en la barra, un poco recostado. Con dos grandes entradas y una frente fuerte y amplia, su pelo empieza a presentar alguna que otra cana. Demasiado estrés en la cárcel. No es que él fuera un preso muy exaltado, siempre sobrevivió un poco al margen del resto. Pero, ¿quién no tiene problemas en el talego? Él, por supuesto, no se libró. Pero no lo recuerda como un mal lugar. Sólo como un lugar difícil. Una etapa de su vida que esta ahí, ni buena, ni mala, ni nada de nada. Aunque siempre había acción para quién quisiera mirar.

Recuerda que ya nadie le espera en ninguna parte. Hace mucho que las visitas pararon, y las cartas siguieron el mismo camino poco tiempo después. Bueno, no las culpa. Sus hermanas no tenían por qué cargar con la culpa de sus problemas. En cierto modo, el tampoco tenía la culpa. Pero eso ya da igual. Veinte años de encierro consiguen que todo se mire con otra perspectiva. Ahora solo tiene sus manos, una ligera idea de carpintería y un traje gris pasado de moda. Mañana intentará buscar trabajo en algún lado. Él tampoco sabe que ahora todo el mundo anda buscando trabajo en alguna parte. Y casi nadie lo encuentra.

Apura su copa, echa otra ojeada a los presentes, y se levanta camino de la puerta. Esboza una sonrisa al darse cuenta que sus pasos no avanzan todo lo recto que deberían. A pesar de todo, no ha perdido esa sonrisa tan suya, que le levanta ligeramente la mejilla derecha. Tan ensimismado va, que no se da cuenta de que la puerta se abre en el mismo momento que él coge el pomo.

—Oh, perdone señor.
—Lo siento, pase pase.
—Claro, no se preocupe.

Es morena, el pelo corto y liso. Joven, podría ser su hija. Sigue adelante, pero justo antes de girar en una esquina, se vuelve curiosa y clava sus oscuros ojos en él. Una mirada es bastante. El brillo en los ojos de aquella chica ha sido más que suficiente.

Esta noche estrena libertad un preso. Le ha durado cinco horas. Pero esta vez la prisión está en los ojos oscuros de una mujer.




Tayne.

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