domingo, 30 de diciembre de 2012

Viaje en tren.

Ella, manos nerviosas, mirada inquieta, ojos grandes y claros, pelo rubio.
Él, pelo castaño, ojos pequeños y oscuros, mirada sosegada, manos tranquilas.
Sus mochilas sobre la mesa, la del chico azul, la de la chica violeta.
Tras la parada en la que se han montado, el viaje continúa.
El tren empieza a moverse y ellos se sientan.
Él a la izquierda, ella a la derecha.

Y en ese momento se miran, y cuando eso ocurre, se vuelven uno.
Ella no es capaz de apartar sus ojos de la cara de su chico.
Él acomoda su cuerpo para dejarle sitio entre sus brazos a su chica.
Se hablan durante unos minutos, y cada uno se centra en distintas cosas.
Ella en su reproductor de música, él en su libro.
Pero ya no volverán a separarse en todo el viaje.

Inconscientemente, él acaricia sus brazos arriba y abajo, ora despacio, ora rápido.
Ella no es capaz de centrarse en su música más allá de unos segundos.
Lo observa, desvía la mirada. Le toca la cara, se separa de él.
Y como dándose cuenta del terrible error que está cometiendo, vuelve a dejarse caer.
Él, divertido, sonríe viendo como ella no es capaz de tranquilizarse.
Finalmente, tras una mirada mutua demasiado larga, se besan.
Y al separarse sonríen felices.

Así transcurre el viaje, de parada en parada.
El paisaje contemplando como dos estrellas fugaces se unen en un solo ser.
En un lugar tan común, de la forma más sencilla.




Tayne.

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