martes, 22 de enero de 2013

Paradise city.



Traje impecable, corte de pelo perfecto, mirada segura. No más de 25 años, su portafolios cuidadosamente ordenado reposa en la mesita. El aspirante se sienta recto en el sillón de la recepción de la oficina, esperando su turno de entrar. La recepcionista le comunicó que su entrevista de trabajo comenzaría a las 11 en punto. Faltan quince minutos, pero no se molesta en mirar el reloj. Repasa mentalmente la lista de méritos que dejará caer disimuladamente en la conversación, está seguro de sí mismo y espera conseguir el trabajo. Ya rechazó otras entrevistas en favor de esta, así que espera que el sueldo merezca al menos la pena. Todavía está dispuesto a dejar pasar el puesto.

Con mirada crítica ve llegar a otro candidato al trabajo, que se sienta enfrente. Estima que el hombre ronda la cincuentena de edad, pero su indumentaria deja mucho que desear. Viste un pantalón liso que no va a juego con la chaqueta gris, entreabierta, dejando ver una camisa amarillenta. El hombre comienza a trastear con las revistas de informática que hay en la parte de abajo de la mesita, y sin mirarle a la cara, le pregunta si está nervioso. Antes de dejarle contestar, prosigue:

—Yo sí. Hace años que no me presento a una entrevista, ya no sé que se dice en estos casos. Seguro que tú la tienes muy preparada, no sé que hago aquí. Además, no sé si me gustará trabajar en esto.
—No será decisión nuestra, no se preocupe —responde el joven, dirigiendo su mirada al reloj de la pared por primera vez. Doce minutos.
—Ya bueno, uno la verdad ya no se preocupa de estas cosas. Hace años que dejé de hacerlo. Yo también fui un chico como tú que se iba a comer el mundo.
—Solo espero la entrevista de trabajo, señor.
—Perdone perdone, no quería molestarlo. Pero entienda que tengo cierta experiencia, todos los jóvenes queréis triunfar y conseguir muchas cosas. De una u otra manera. Yo también fui un joven...
—Ya lo comentó, señor.
—Claro que sí. Tengo mis años, pero estoy orgulloso de mi memoria todavía. Recuerdo mis primeros trabajos, mi primer sueldo. Entonces sabíamos apreciar el dinero. Ahora solo se gana dinero para gastarlo y gastarlo. Que locura de sociedad.
—Claro, señor. —Ocho minutos todavía. Al final ha conseguido ponerlo nervioso.
—Bueno y tú, ¿qué esperas de este trabajo? Porque seguro que el puesto es tuyo, solo hay que verte. Tan seguro, tan formal.
—¿Yo? Espero lo que todo el mundo —responde mientras espera con aquella respuesta saciar las ganas de hablar de aquel charlatán. —Un buen sueldo, trabajar las horas justas y poder vivir bien. Para eso estudié y para eso estoy en esta entrevista y no en otra. Rechacé varias, ¿sabe?
—Sé, o bueno, supongo.
—Además, que le importa a usted que espero del trabajo. Si me lo dan lo haré bien, estoy sobradamente preparado y soy joven. No necesito más.

Levantándose lentamente, como si todo el peso de sus años le hubiera caído de pronto sobre sus hombros, mira al joven y sonríe. Pero sus ojos no lo hacen. Sus ojos parecen terriblemente cansados. Cansados de gente como él. El joven ya no está tan seguro de sí mismo. Nadie le enseñó a aguantar miradas como esa.

—No me importa más allá de mis recuerdos. Yo fui como usted, ya le dije. Yo también esperaba poco menos de un paraíso cuando pensaba que lo tenía todo para triunfar. Más tarde entendí que el paraíso esconde trampas entre sus árboles, y que los jardines verdes y las chicas bonitas son fugaces. Ya quisiera yo volver al inicio, al punto donde estás tú. A la inocente seguridad del joven. —Se dirige hacia la puerta del despacho, que abre con una tarjeta electrónica que saca de su bolsillo. —Puede pasar.

Son las once en punto. El hombre entra mientras silba una alegre melodía, extraña en alguien como él. El joven, sorprendido todavía, reconoce un estribillo en aquella música.

Take me down to the paradise city
Where the grass is green
And the girls are pretty
Take me home




Tayne.

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