viernes, 1 de febrero de 2013

El caso II.

—Espero que traigas mi collar.

Capone. Así se hacía llamar el mandamás de los golfos del sur de la ciudad. Un tercer hijo que había adoptado ese apodo presuntuoso en el momento de su ascenso, gracias a la desaparición de sus dos hermanos mayores. ¿Que cómo desaparecieron? En chirona, los dos. Por culpa de él piensan algunos valientes. Yo, allí, no pensaba. No fuera a ser que alguno de los dos brutos que me rodeaban fuera a leerme la cabeza, y para que quería yo más problemas.

—No.
—Y lo sueltas tan tranquilo. Vamos a ver, creo que no me entendiste la última vez...
—Sí sí, le entendí... —Primera colleja de la noche. Del bruto de mi izquierda.
—Creo que así te quedará claro que no debes interrumpirme. Te pedí, de una forma muy bien remunerada, que me trajeras el collar que esa puta me robó.
—Y a eso fui, pero la cosa está algo complicada.
—Sorpréndeme.
—Es la novia del dueño del Casino. Y ya sabe usted quien es el dueño. —Lo sabía, por supuesto.
—Claro mi inteligente amigo, por eso eres tú, y no mis hombres, el que tiene que solucionar mi problema. No es tonta y se ha acercado al único idiota que aún se atreve a desafiarme.
—Ajá, o sea, que si usted montara, que le digo yo, una peleíta... —Segunda colleja. Esta vez el de la derecha. Como se compenetraban, una maravilla.
—Limítate a cumplir el encargo, ya te pagué la mitad.

Maldito momento en el que acepté el encargo. Me habían llevado hacía tres días, igual que ahora, a la parte trasera de uno de los locales de Capone. Con mejores formas que ahora, me habían prometido un trabajo fácil, bien pagado. Solo encuentra a la rubia y tráeme el collar, dijeron. Seguramente no sepa lo que hace y se paseará con el collar a la vista, dijeron. Ahora, ni la rubia era ya rubia, ni el collar estaba en ningún sitio accesible.

—¿No querrás más dinero? —La mirada del gordito me vaticinaba problemas si respondía equivocadamente.
—Por supuesto que no.
—Entonces cual es el problema —preguntó de nuevo, impaciente.

Ella, pensé. Ella es el maldito problema. La noche anterior había descubierto que la ladrona era una antigua, digamos, conocida. La última  vez que nuestros caminos se habían cruzado, la factura ascendió a un coche y medio millón de euros robados. A mí no, por supuesto, pero si que me había utilizado de chivo expiatorio y tuve que desaparecer por un tiempo. Un añito de retiro voluntario fuera de la ciudad, hasta que se olvidaran de mi y de mi familia. No había vuelto a verla hasta que apareció detrás mía en el jodido casino. Metida de lleno en el asunto. Lo único que me extrañaba era que aún siguiera en el país, tendría que preguntárselo la próxima vez que la viera.

—Ninguno, descuide. Solo quería comentarle los avances.
—Avances que no son tales e información que ya tenía. ¡Fuera de aquí!

Y con la última colleja de la noche, mis dos nuevos amigos me encaminaron hacia la puerta. Seguía bien jodido: no podía dejar el encargo o a saber quién encontraría mi cuerpo, y no veía claro recuperar el collar estando en las manos de quien estaba. Estaba seguro de que iba a necesitar toda la suerte del mundo. Y la suerte, hasta el momento, no había sido mi mejor compañera.




Tayne.


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