martes, 12 de febrero de 2013

El caso IV.

Tras el estruendo del disparo, sin saber por qué, la secuencia de imágenes de aquella tarde inundó irremediablemente mi cabeza...



La había encontrado saliendo de su piso, o bueno, más bien el piso de su protector actual. Situado en el centro de la ciudad, en la parte donde se movían los asuntos económicos, seguro que estaba a la última en cuanto a apariencia y millones invertidos. Casas más apropiadas para enseñarlas que para vivir en ellas. Pero es el precio del poder, supongo. El dueño del casino, nueva conquista de mi amiga pelirroja, era alguien poderoso. Sin duda.

Seguí sus pasos, escaparate tras escaparate, hasta que decidió sentarse en la terraza más bulliciosa que encontró, en una esquina de una plaza adornada con palmeras. Llegué y me senté justo enfrente. Con un largo trago, dejé su copa recién puesta por la mitad.

—¿Sorprendida?
—Sé que andas detrás mía desde hace una hora. La discreción nunca fue lo tuyo.
—Era ironía querida, solo te dejé elegir el lugar. Cortesía de caballero, ya sabes.
—Ni lo fuiste ni lo serás.
—Ni falta que me hace. Ve largando.
—¿Después de tanto tiempo?
—¿Qué...? ¡No me jodas! Quiero saber que haces metida en esta mierda.
—Anda... Pensé que venías a declararte otra vez.
—¿Quieres empezar a hablar de una vez?

Su maldita sonrisa estaba ahí de vuelta. Me miraba con esos ojos verdes que no habían cambiado nada, diciéndome sin palabras que no me lo iba a contar todo. No al menos todavía. Cada vez que estábamos los dos solos se iniciaba una dura y silenciosa batalla por el control de la situación. Esta vez, estaba claro, iba perdiendo.

—Ya sabes lo que hay. Me buscan, pero tengo las espaldas cubiertas.
—¿Por qué sigues aquí?
—¿Crees que siempre me voy?
—Huyes, creo que siempre huyes. Habla con propiedad, por favor. —Minipunto para mí.
—Pensé que no querías hablar de eso... —Se acabaron los minipuntos.
—Sigue.
—Estoy empezando una nueva vida, tan sencillo como eso. El me quiere, yo le quiero... —Mis carcajadas sorprendieron a los ocupantes de las mesas que nos rodeaban. —Por favor no hagas que me arrepienta de dejar que me vean contigo.
—Siempre fui de tus mejores compañías.
—Y de las más cortas, desde luego.
—Necesito el collar.
—No hay collar que valga. Ya no lo tengo yo. —Su mirada se desvió a la mesa de al lado.
—¿Cómo que no? ¿Qué has hecho con él? ¿Lo vendiste? —No podía creerlo, más problemas.
—No lo vendí, es todo lo que necesitas saber.
—Mira, me estoy jugando el cuello con esto, no se si te das cuenta...
—¡Y yo también! —Su interrupción me sorprendió esta vez. No esperaba verla así. —Haz lo que tengas que hacer, que yo haré lo mismo. No sé que narices haces metiéndote donde no te llaman.
—Es un trabajo.
—¡Pues elige mejor la próxima vez! Esto es algo más que tus míseros encargos de siempre. No tengo nada más que decirte. Da las gracias a la pena que me das.

Se levantó y con prisa se alejó de la terraza, dejando atrás trazas de su perfume. La copa a la mitad seguía en el sitio donde la dejé al iniciar nuestra conversación. Me levanté y dejé plantado al camarero, que me pedía insistentemente que abonara la cuenta. Una mirada de mis ojos entrecerrados bastó para callarlo. No iba a ser yo quien siguiera cargando con las deudas de nadie. Caminé pensando en mis posibles vías de escape. No podía creer que otra vez, otra vez por su jodida culpa, tuviera que salir corriendo. Seguí avanzando, perdido en mis pensamientos, espantando a quien se ponía por delante. Sin darme cuenta, mis pasos me encaminaron de vuelta a la puerta del piso del dueño del casino.

Me quedé mirando embobado la fachada, totalmente blanca, con balcones en metal que sobresalían de la estructura. No había luces en el edificio, parecía totalmente muerto. Tras de mí, un taxi acababa de aparcar.

—¿Qué haces otra vez aquí? ¿No te lo dejé claro antes? —Tras bajarse, el taxi se marchó, dejándonos allí los dos, en mitad del anochecer, mirándonos. Ninguno parecía muy contento.
—Tranquila, ya me largo. Qué más podría ir mal hoy...

El disparo cortó en seco mis palabras. Mis ojos y los suyos se abrieron de golpe, a la vez, como sincronizados. La sangre comenzó a caer al suelo.




Tayne.


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