martes, 23 de julio de 2013

Granada.

La seda fluía por sus piernas, mecida por la leve brisa, extraña como extraña era aquella noche de verano. Cuando apoyó sus manos en la baja pared de piedra, la luna estaba en todo lo alto del negro cielo granadino. Al fondo, leves luces de antorchas portadas por guardias paseaban por la muralla de la Alhambra.

Arropados por una multitud de casas bajas encaladas en el más puro blanco, una serie de miradores se extendían a lo largo de la terraza del Albaicín. Hacia atrás, el pueblo. Perdidos en la rutina de la supervivencia, pocos dormían esperando al enemigo cristiano. Al frente, la fortaleza cuyas torres dominaban la ciudad, en estado de alerta desde hacía varias jornadas. Esto observaban sus oscuros ojos, fijos en la sobrecogedora mole del palacio moro. Con suavidad, unas manos lentas pero seguras se fijaron en su cintura. Una flor de jazmín inundó el ambiente con su aroma.

Nada de todo aquello les importaba a ellos esa noche.

El paseo de los tristes contempló como entre árboles se perdían los besos de los amantes, secretos ocultos de la luz de las estrellas. Docenas de hojas silbaban al paso de las sombras silenciosas, deseosas de desaparecer en la penumbra de los callejones. Ante marcos iluminados se paraban, para continuar después sin que nadie los viese, escapando por la ruta que marcaba el puente de piedra. Al otro lado, desde ventanas repletas de hiedra y flores, una melancólica melodía rompía el silencio.

Torciendo plazas y sorteando fuentes, cruzando calles, esquivando patrullas de soldados más pendientes de su hogar que de sus obligaciones. Pasos cada vez más largos para llegar al escondite perfecto, al resguardo final. Carreras cogidos de la mano como si soltarse fuera el mayor pecado posible. Chapoteaban ya sin disimulo, dejando ir sus ropas en el camino, sin pensar como de lejos podrían quedar. Obviando la guerra y los peligros de la noche. Un último suspiro y sus ojos se fundieron junto a las orillas del Darro.

La luna seguía en todo lo alto del negro cielo granadino.

Al amanecer, solo aquella flor de jazmín en lo alto del Albaicín recordaba a los amantes. Y para guardar silencio, se dejó caer al vacío.




Tayne.

martes, 2 de julio de 2013

Me vs everyone.



I candy coat and cover everything that I'm still hiding
underneath. It's been a long time. It's been a long time.
A thousand faces looking up at me hands are pointing ceiling
oh what a feeling.
I've got friends in highly low places
I'll stand up push it and push it up, can't afford to lose now.
I've got friends in highly low places

I'll go inside when I wanna party, grab a girl and dance
(don't touch me).

Whoa oh whoa whoa oh
Why do I put myself in these situations
Whoa oh whoa whoa oh
I keep pushing myself even though I can't take it at all

Girl, who taught you how to move like that?
At this pace your at you're going way to fast.
I, I saw you from across the room
It's me versus every guy it's your choice you choose.

I've got friends in highly low places
It's been a long time, it's been a long time
and maybe baby you can rise above the rest and meet me yeah

Whoa oh whoa whoa oh
Why do I put myself in these situations
Whoa oh whoa whoa oh
I keep pushing myself even though I can't take it at all

Whoa oh whoa whoa oh
Why do I put myself in these situations
Whoa oh whoa whoa oh
I keep pushing myself even though I can't take it at all

You're worth losing my self esteem
Your clever words mean nothing more to me than a lot I've heard in a movie
you're worth losing my, losing my, losing my self esteem
you're not worth putting myself in these situations

Whoa oh whoa whoa oh
Why do I put myself in these situations
Whoa oh whoa whoa oh
I keep pushing myself even though I can't take it at all




Tayne.

Cristales rotos.

Una botella de ron vacía salió disparada por la ventana sin persiana de aquella habitación, rompiéndola en mil esquirlas de cristal que centellearon a la luz de las farolas mientras caían. Un solitario pájaro salió huyendo del árbol más cercano al estruendo. Los ojos rabiosos de la chica del pelo violeta seguían fijos en aquel destrozo valorando si había saciado su dolor o no. Decidió que no.

Llevaba ya diez minutos lanzando objetos por los aires: había arrancado las hojas a los pocos libros que encontró, había tumbado todos los muebles que había encontrado, el colchón rajado dejaba entrever su interior de blanco algodón. La chica siguió pegando patadas y puñetazos a todo hasta que el cansancio la dejó abatida en el sofá lleno de polvo del salón. Justo enfrente, una televisión había sido atravesada en su mismo centro por un cenicero medio lleno. 

La chica se sobresaltó cuando la melodía de Tell me baby comenzó a sonar en la calma que había dejado su propia tempestad. Tardó un segundo en recordar que le habían cambiado el tono de su móvil. Él. Él no, el otro él. El nuevo él. Silenció el aparato y lo lanzo también contra el suelo. Aquella noche había ido a buscar a otro hombre, uno bien distinto, y no lo había encontrado. Aquel piso vacío daba clara muestra de ello.

Se levantó y lentamente se acercó a la ventana del balcón. Miró a la oscura noche y decidió que no iba a buscarlo. Nadie se lo había pedido. Igual que ella hacía dos años se había ido, él en algún momento también decidió marcharse. Seguramente habría recogido sus dos o tres libros favoritos, sus gafas Rayban, y habría tomado el primer bus a ninguna parte. O quizás no. En verdad, eso es lo que hubiera hecho ella. De hecho, era exactamente lo que había hecho más de una vez la chica del pelo violeta. 

Todavía no era capaz de reconocer el anhelo. Nunca antes había necesitado una palabra para ese sentimiento en el diccionario de su vida. 




Tayne.