jueves, 17 de octubre de 2013

Una ninfa gris aleteaba sin cesar.

Una ninfa gris aleteaba sin cesar por el salón del pequeño apartamento. La chica no prestaba atención, su mirada fija en el gran ventanal que tenía delante. Estaba recostada en el sofá que había hecho instalar justo debajo de los cristales, un capricho que aún debía pagar a sus padres, y sostenía una taza de café caliente entre sus manos mirando como el tráfico fluía en la ciudad varios metros más abajo. Coches de colores moviéndose como rápidas canicas, ahora sí, ahora no, sobre el fondo oscuro del asfalto.

La ninfa se posó en la lampara, uno de sus lugares predilectos, y emitió dos pequeños graznidos al aire. Con un gran jersey de lana rosa y unos ajustados vaqueros gastados, los pies sobre los cojines, las rodillas flexionadas, la chica dejaba el tiempo pasar. Sin prisa, sin preocupaciones. Soplaba a veces suavemente sobre la taza, y seguidamente daba pequeños sorbitos, dejando que el café fuera insuflando vida en su delgado cuerpo. Tras terminar, durante unos segundos aún mantenía el borde en sus labios mientras buscaba algo nuevo que captara su atención.

Otro aleteo cerca del techo y más graznidos, la ninfa comenzaba a impacientarse. Lentamente la chica giró la cabeza y una leve sonrisa se dibujó en su rostro. Con movimientos rápidos pero seguros, la chica se levantó, soltando la taza en el primer rincón que encontró en su camino hacia la habitación. Pequeña, con un escritorio al fondo y la cama a la derecha de la puerta. Había un armario encajado en la otra esquina, dos o tres fotos pinchadas en la pared y varias figuritas de decoración en una estantería. Más graznidos provenientes del pasillo intentaban romper la calma de aquella muchacha.

Los rayos de sol que llevaban toda la mañana reflejándose en el blanco suelo frente a aquel ventanal en el salón se vieron momentáneamente cortados en su trayectoria. Un delgado cuerpo desnudo de mujer se interponía. La ropa hacía un minuto que reposaba en un montón en el suelo de su habitación. El pelo libre caía sobre la espalda desnuda de la chica, que volvía a mirar al cielo, esta vez de pie. La ninfa se posó nerviosa en su hombro, introduciendo su cabecita entre miles de rizos rubios.

—Ya vamos pequeña, ya vamos.

Con ambas manos abrió la ventana, se encaramó al borde que se precipitaba al vacío, y de un salto, dos ninfas grises comenzaron a surcar el cielo azul. Sin prisa, sin preocupaciones. Libres.



Tayne.

jueves, 3 de octubre de 2013

Su sombra.

Esa noche no encontraba la luz que acabara con su sombra. Poco a poco crecía desde sus talones, prolongándose por la pared hasta que casi tocó el techo. Su forma, deformada pero semejante a él mismo, le invitaba a cruzar el umbral y fundirse con ella. Otra vez estaba allí. Llamándole desde el frío. Mostrándole la puerta de salida.

Con un portazo salió a la calle, corriendo, sin mirar atrás. Las farolas encendidas lo veían huir, seguido de cerca por su oscuro compañero. En cada esquina que doblaba, la sombra lo seguía. Cada ruido de la ciudad parecía silenciarse frente a aquella loca persecución. Como si la noche no fuera lo suficientemente oscura para incluir aquel reflejo de su propia alma en su negrura. Sobresalía como sobresale un dibujo en relieve en una lisa pared.

Espesa y negra oscuridad con sus mismas formas. Sus piernas eran aquellas, pero se alargaban y doblaban en cada pared. Sus brazos se movían a la vez, pero aquellas extremidades parecían querer alcanzarlo con sus dedos extendidos y amenazadores. Cada vez que se giraba veía su cabeza allí, a lo lejos. Oscura. Sin rasgos. Como una sombra cualquiera. Pero aquella era su propia sombra, su oscuro mundo interior pugnando por salir a flote y tragárselo, a él, a sus pensamientos, a su tristeza.

Tras cruzar una valla sin cerrar, se adentró en la espesura del primer parque que encontró. Entre los árboles no había ya más luz que la que se filtraba a duras penas por el techo de hojas que lo cubría al correr. En cierto momento, sin más ruidos que sus pisadas y su pesada respiración, el chico se detuvo. Miró atrás y a los lados. Estaba sólo. Por un momento creyó librarse, se vio contando los segundos que pasaba, esperando, asustado.

Pero allí estaba, lentamente acercándose. Inconfundible aún en aquel paisaje sin luz. La figura oscura que quería ser él mismo se alzó de forma antinatural desde el suelo, enfrentándose a él cara a cara, igualándolo en tamaño. Un chico frente a su sombra. Una realidad frente a sus oscuras posibilidades. Allí estaba, dispuesto a engullirlo una vez más.




Tayne.