sábado, 26 de enero de 2013

El caso.

Llegué al casino a las diez en punto de la noche. Cambié por fichas la mitad del adelanto que había cobrado, y me encaminé hacia la barra, devolviendo con una mueca las miradas extrañas que me dispensaban aquellos elegantes derrochadores de dinero. Yo también lo derrochaba demasiado rápido, pero ni mucho menos los lugares que yo frecuentaba últimamente eran tan elegantes. Lo prefería sin duda. Cuando te miraban con desprecio al menos sabías que era por una razón de verdad.

—Ponme lo de siempre. —Me senté enfrente del barman, un antiguo conocido venido a más no sé muy bien cómo. Habíamos compartido muchas noches en otras barras, cada uno en su lado.
—¿Qué haces tú aquí? ¿No sabes que las copas aquí cuestan el doble?
—Claro que sí idiota. Estoy aquí por trabajo.
—No me gustaban tus trabajos antes, dudo que lo hagan ahora. Espero que no me traigas más problemas de la cuenta.
—Siempre tan egocéntrico, no vas a cambiar nunca ¿eh? Tranquilo, la localizo y te dejo en paz.
—¿Una mujer? Has subido el caché.
—Ya busqué a otras mujeres antes, solo que aquellas cobraban.
—¿Quién te manda?
—No quieres más problemas de la cuenta, recuerda.
—Eres un cabrón.
—Y tú un estafador. Estoy esperando aún mi copa.

Cogió la botella del peor ron de la repisa y tras colocar un vaso lleno delante mía se alejó, simulando que tenía que traer más botellas del almacén. El otro camarero de la barra me miraba desde su extremo, con desconfianza desde luego. Tal vez unos vaqueros y una cazadora gastada como la mía no era lo que esperaba ver cuando levantaba los ojos. Una lástima. Hasta los camareros pueden ser pedantes en sitios como estos.

Probé la copa, demasiado poco cargada, y volviéndome en el banco, observé a los presentes. A la izquierda las ruletas giraban rodeadas de jóvenes de traje con maniquís agarradas del brazo, bastante escandalosos todos. El resto de local que podía ver desde allí estaba saturado de mesas de poker y de blackjack, con clientes mucho mayores y más silenciosos. De vez en cuando alguno se levantaba y con paso lento se dirigía a la puerta, con los bolsillos vacíos de ganas de seguir perdiendo.

Había pocas mujeres allí, pero ninguna como la que buscaba. Rubia platino le habían dicho. Alta, rondando la treintena, desenvuelta. Y con un collar robado, por supuesto. Para eso lo habían buscado a él. Era experto en encontrar ladrones que tocaban las narices a otros ladrones.

—No esperaba verte aquí. —Aquella maldita voz me sonaba demasiado bien. Tanto, que preferiría no haber vuelto a escucharla en mi vida—. Has subido el caché.
—Es la segunda vez que me lo dicen esta noche. Y es la segunda vez que no me gusta. —Allí estaba ella, mirándome divertida, igual que se mira a una oveja en mitad de una ciudad.
—Sigues tan simpático como siempre —dijo tras apoyarse en la barra justo a mi lado. Comprobé que ya no me gustaba tanto como antes su cercanía.
—Por supuesto, las viejas costumbres ya no se pierden.
—¿Perdiendo dinero como todos?
—Yo no gasto el dinero cuando sé que luego me arrepentiré.
—¿Nunca te arrepientes de tus borracheras y tus amiguitas?
—Nunca me acuerdo de unas ni de otras. Así no puedo arrepentirme. —La mirada de desprecio que me dedicó fue lo mejor de toda la noche hasta ese momento.
—Entonces a quien buscas.
—¿Yo? —La noté algo impaciente así que me tomé mi tiempo para contestar. Di otro trago, y tras echar una ojeada más al local, contesté. —A nadie. Solo he venido ha saludar a nuestro querido camarero —respondí mientras señalaba al barman que acaba de volver del almacén, y que me miró con cara de pocos amigos.
—Hola señorita, un placer seguir viéndola por aquí.
—Lo mismo digo, pero no duraré mucho. Hoy solo vengo de visita. Espero que los dos paséis buena noche disfrutando de vuestra mutua compañía.

Tras despedirse, avanzó hacia la puerta lateral que daba a la segunda planta del casino. Demasiado rápido para mi gusto. De lo que yo recordaba de ella, uno de sus placeres era caminar lentamente esperando que todas las miradas masculinas se fueran fijando en ella irremediablemente. Sin duda, se seguía mereciendo aquellas miradas a sus casi treinta años. No había cambiado apenas en los casi tres años que llevaba sin verla.

—¿La conoces acaso? —La pregunta del barman me sacó de mis pensamientos.
—Sí, por desgracia. Alguna vez nos cruzamos.
—¿En serio?
—Antes ella no era mucho más que tú y que yo. O por lo menos que yo, ahora tú has caído mucho más bajo.
—Déjame en paz.
—¿Es habitual aquí?
—¿Ahora si quieres respuestas?
—Eso o pagas tú mi copa. —Otra mala mirada. Esa noche iba para record.
—Ahora sí, pero desde hace poco. Es la nueva novia del dueño del local.
—El dinero siempre la atrajo. Y que mejor que un casino. ¿Ya le ha sacado mucho al agraciado?
—Pues no lo sé, pero nunca repite vestuario, ni escatima en gastos en el local. A cuenta del jefe, claro. Lo último, ha sido ese vestido y el tinte de pelo. Se comenta entre los empleados que el peluquero vino desde Milán.
—¿Perdona? ¿Tinte?
—Sí claro, tú lo sabrás si la conoces de antes.
—No sé de que hablas, siempre fue pelirroja.
—¿Sí? Pues cuando llegó aquí no lo era.
—¿Entonces?
—Págame, no me fío de ti.
—Al menos no te has vuelto un idiota por trabajar aquí. —Saqué las monedas de mi bolsillo tras buscarlas entre las fichas. Había esperado gastarlas mientras observaba a mi presa, pero estaba empezando a sospechar que todo se iba a complicar. De una forma que no me gustaba nada. —Ahora contesta.
—Lleva solo tres días con ese color. Antes era rubia. Rubia platino.

Volví a dirigir la mirada hacia la puerta del segundo piso. Sí, definitivamente, se había complicado. En ese momento decidí que aquella era una buena noche como cualquier otra para gastar la mitad de lo cobrado. Por si acaso.




Tayne.

martes, 22 de enero de 2013

Paradise city.



Traje impecable, corte de pelo perfecto, mirada segura. No más de 25 años, su portafolios cuidadosamente ordenado reposa en la mesita. El aspirante se sienta recto en el sillón de la recepción de la oficina, esperando su turno de entrar. La recepcionista le comunicó que su entrevista de trabajo comenzaría a las 11 en punto. Faltan quince minutos, pero no se molesta en mirar el reloj. Repasa mentalmente la lista de méritos que dejará caer disimuladamente en la conversación, está seguro de sí mismo y espera conseguir el trabajo. Ya rechazó otras entrevistas en favor de esta, así que espera que el sueldo merezca al menos la pena. Todavía está dispuesto a dejar pasar el puesto.

Con mirada crítica ve llegar a otro candidato al trabajo, que se sienta enfrente. Estima que el hombre ronda la cincuentena de edad, pero su indumentaria deja mucho que desear. Viste un pantalón liso que no va a juego con la chaqueta gris, entreabierta, dejando ver una camisa amarillenta. El hombre comienza a trastear con las revistas de informática que hay en la parte de abajo de la mesita, y sin mirarle a la cara, le pregunta si está nervioso. Antes de dejarle contestar, prosigue:

—Yo sí. Hace años que no me presento a una entrevista, ya no sé que se dice en estos casos. Seguro que tú la tienes muy preparada, no sé que hago aquí. Además, no sé si me gustará trabajar en esto.
—No será decisión nuestra, no se preocupe —responde el joven, dirigiendo su mirada al reloj de la pared por primera vez. Doce minutos.
—Ya bueno, uno la verdad ya no se preocupa de estas cosas. Hace años que dejé de hacerlo. Yo también fui un chico como tú que se iba a comer el mundo.
—Solo espero la entrevista de trabajo, señor.
—Perdone perdone, no quería molestarlo. Pero entienda que tengo cierta experiencia, todos los jóvenes queréis triunfar y conseguir muchas cosas. De una u otra manera. Yo también fui un joven...
—Ya lo comentó, señor.
—Claro que sí. Tengo mis años, pero estoy orgulloso de mi memoria todavía. Recuerdo mis primeros trabajos, mi primer sueldo. Entonces sabíamos apreciar el dinero. Ahora solo se gana dinero para gastarlo y gastarlo. Que locura de sociedad.
—Claro, señor. —Ocho minutos todavía. Al final ha conseguido ponerlo nervioso.
—Bueno y tú, ¿qué esperas de este trabajo? Porque seguro que el puesto es tuyo, solo hay que verte. Tan seguro, tan formal.
—¿Yo? Espero lo que todo el mundo —responde mientras espera con aquella respuesta saciar las ganas de hablar de aquel charlatán. —Un buen sueldo, trabajar las horas justas y poder vivir bien. Para eso estudié y para eso estoy en esta entrevista y no en otra. Rechacé varias, ¿sabe?
—Sé, o bueno, supongo.
—Además, que le importa a usted que espero del trabajo. Si me lo dan lo haré bien, estoy sobradamente preparado y soy joven. No necesito más.

Levantándose lentamente, como si todo el peso de sus años le hubiera caído de pronto sobre sus hombros, mira al joven y sonríe. Pero sus ojos no lo hacen. Sus ojos parecen terriblemente cansados. Cansados de gente como él. El joven ya no está tan seguro de sí mismo. Nadie le enseñó a aguantar miradas como esa.

—No me importa más allá de mis recuerdos. Yo fui como usted, ya le dije. Yo también esperaba poco menos de un paraíso cuando pensaba que lo tenía todo para triunfar. Más tarde entendí que el paraíso esconde trampas entre sus árboles, y que los jardines verdes y las chicas bonitas son fugaces. Ya quisiera yo volver al inicio, al punto donde estás tú. A la inocente seguridad del joven. —Se dirige hacia la puerta del despacho, que abre con una tarjeta electrónica que saca de su bolsillo. —Puede pasar.

Son las once en punto. El hombre entra mientras silba una alegre melodía, extraña en alguien como él. El joven, sorprendido todavía, reconoce un estribillo en aquella música.

Take me down to the paradise city
Where the grass is green
And the girls are pretty
Take me home




Tayne.

Dieciocho años.

Sentada en una de las rocas del extremo de aquella playa del norte del país, contempla el mar a la luz del atardecer. Un pequeño viento que sopla desde hace un rato va logrando embravecer el agua poco a poco, haciendo que salpique tras chocar con las piedras. De vez en cuando la espuma blanca la alcanza, pero no le importa. Ella disfruta con la sensación del agua salada en su piel. Por eso está allí, lejos de aquellos lugares que puede llamar hogar. Una aventura que repite cada verano, una experiencia entre olas y amigos lejanos.

Allí sola, piensa en la vida que deja fuera de la mochila cuando realiza estos viajes. La vida que cambia, la universidad que empieza. El respeto ante lo desconocido, los nuevos compañeros de viaje, las puertas abiertas a la vida que tanto ansiaba. Los errores por cometer, las fiestas por vivir, los hombres por rechazar. Exámenes que aprobar, viajes que hacer. Tantas promesas de libertad. Aquellos cuentos que las chicas mayores le contaban y que por fin le toca disfrutar a ella misma. Dieciocho años a sus espaldas que son la llave a un nuevo mundo.

Con una sonrisa que no sabe como llegó a sus labios, recuerda que la esperan. Se levanta y dando saltos entre las rocas llega a la arena. Ya casi ha oscurecido y la luna se observa claramente a un lado del paseo marítimo. La luna que evoca aquellas noches en otro paseo, en otro verano. En otro lugar mucho más lejano. Pasando una mano por su oscuro pelo rizado, aparta los recuerdos y nombres, y comienza a andar hacia su hotel. Tranquila, feliz, valiente.




Tayne.

domingo, 20 de enero de 2013

El arte del teatro.

No  hay nada más emocionante que los nervios detrás de un telón. Esa sensación, viendo pasar a tus compañeros, nerviosos como tú, esperando el momento de salir a escena. Observar como está todo a punto, listo para que el telón se levante. Repasos de última hora, palabras de ánimo, sonrisas fugaces, miradas de apoyo. Admirar como un grupo de personas, distintas entre sí tanto en edad como en personalidad, unen sus esfuerzos y sus ganas por un fin común: representar una obra de teatro con el único propósito de agradar al público y a sí mismos. Ese es el arte del teatro.

Horas y horas de ensayos y de aprender un guión. Ver evolucionar a los personajes en la piel de cada actor, observando como la persona se transforma, con una forma de hablar y unas características fruto de la invención del autor. Poder nombrar al personaje y que sin ninguna duda responda la persona. Son detalles que hacen mágica la experiencia del teatro. Y por supuesto también están las complicaciones. Un escenario que no se termina, una frase que no se recuerda, un vestuario que no aparece. Hacer de cosas tan simples una cuestión de vida o muerte. Sin duda, cambiar durante unos días tu vida. Dejar de lado las preocupaciones de verdad, ocupado solo de llegar a la representación con todo listo.

Convertir en un ritual la última semana de ensayos. Pruebas de vestuario interminables, últimas adaptaciones de guión. Cambiar de sombrero, chaqueta o bastón. Risas y bromas solo entendidas por los actores. Venta de entradas con toda la ilusión del mundo. Ensayo general con los nervios a flor de piel. Última mañana montando escenarios y colocando atrezzo. Última tarde de maquillaje y preparación. Y finalmente, ver como se alza el telón ante el público. El único juez posible.

Aún recuerdo los nervios de la primera actuación. Ese cosquilleo en la base de los dedos, esas palabras que comenzaron a salir atropelladas. Pero tras levantar la cabeza, ver las luces alumbrando mi camino hacia el centro del escenario, a mis compañeros convertidos en hermanos por unos días, solo me quedaba la satisfacción de llegar al final del camino y poder por fin poner en práctica tanto trabajo. En ese momento, los nervios dejaron paso a la diversión que solo conoce aquel que se enfrentó a las tablas de un teatro. 




Tayne.

domingo, 13 de enero de 2013

Tonterías y estupideces.

"Qué se podía esperar de él con las pintas que lleva".

Así terminaba el discursito por Twitter de un iluminado ayer por la noche. Hablaba de un tema que puede ser discutido, eso sin duda. Yo mismo tengo opiniones enfrentadas. Pero de ahí, a soltar perlitas como la de arriba o la de "mira donde está la puta izquierda", queda un mundo. Y eso me hace pensar hasta que punto la juventud de hoy en día repite los patrones que los padres le enseñaron. Y como se equivocan haciendo eso.

Crecí en un pueblo, y estoy harto de tópicos. He visto crecer a niños de mi edad que de ser normales, pasaron a ser franquistas acérrimos. Sin saber ni siquiera que significaba ser eso, solo porque sus padres, pijos terratenientes de pueblo, se lo habían inculcado. Y allá iban tan orgullosos ellos, gritando su afiliación a los cuatro vientos, luciendo banderas y distintivos a juego. Lo peor, es que la tontería no se pasó con los años.

Otro de los tópicos usuales en un pueblo, es mirar de reojo y con desprecio al que lleva "malas pintas". Pensaréis: ¿Pero se merecían tal desprecio? Pues depende. Como en todo. Pero si miráis las noticias veréis como depende de que percha lleve el traje, se sabe cuanto roba. Porque robar, la mayoría. A las pruebas me remito. El caso, que me desvío. Que aprendí, también mientras crecía, que no por llevar un traje, o más común en mi edad, polito, pantaloncito de pana y zapatitos, se es mejor persona, más honrado o más normal. De hecho, estaba cansado de aguantar a ese tipo de personas mientras se reían de cualquiera porque no podían comprar tal cosa de última generación, o porque llevaban tal bicicleta destrozada, o porque su fuente principal de ropa era un simple mercadillo donde la marca principal era "Acliclas" en vez de Adidas.

Y al conocer a esas personas de malas pintas, vi que la mayoría eran personas normales que ni siquiera prestaban atención a los insultos. Se limitaban a vivir su vida y disfrutar de sus amigos, sin más preocupaciones que las propias de la edad. Incluso con el tiempo han demostrado que pueden aportar más al mundo que cualquiera. Pero no todos. En algunos vi el mismo rencor que veía en los contrarios, no sé si estaba ahí por invocación propia, porque lo aprendieron de sus padres o como respuesta a las provocaciones. Ahora, de mayores, lo sigo viendo en ambos lados. Pero ahora si tienen medios y armas para enfrentarse en condiciones.

Entonces, vuelvo al presente. Me encuentro de vez en cuando jóvenes que son calcos, indudablemente, de sus padres. Que defienden las mismas ideas sin argumentación ninguna. Que recurren a los insultos, a los tópicos y a la descalificación y generalización como principal fuente de razones. Siempre que se encuentran en un debate, se olvidan del tema principal, del análisis de las causas y razones. Se dedican simplemente a plasmar sus ideas y rechazar todas las demás de forma despectiva. Y me repatea. Porque no se han molestado en informarse. Porque van a lo fácil y no escuchan a nadie. Sin sentido ninguno de la crítica propia.

Que decepción se llevarían algunos socialistas si vieran las diferencias entre los ideales que defendía Pablo Iglesias y lo que actualmente defienden cuatro trepas que solo buscan el dinero del gobierno. Que pena me dan los populistas que solo votan porque son los suyos, perdonándoles todo: robos, engaños, decepciones... Ambos bandos pasan por alto todo eso, para seguir enfrentándose y mirando para otro lado cuando sus politicuchos de turno lo hacen mal una y otra vez. 

Así nos va, así nos irá durante mucho tiempo. Porque todavía tenemos gente en ambos lados que no se molestan en preguntar a tanto indignado por qué pelean, que derechos son esos. Simplemente los descalifican porque "que pintas son esas". Con esas pintas solo pueden pedir tonterías propias de jóvenes sin experiencia ninguna. Pero ya no son solo jóvenes. Son jóvenes, adultos, ancianos, niños. Todo eso, peleando por los derechos de todos. Derechos tanto para un extremo del hemiciclo como para el otro. Derechos que acaban en la papelera sin que hagamos mucho todavía por evitarlo. Y la mayoría de esa gente que tiene "buenas pintas" mirando para otro lado mientras los políticos, oh grandes representantes del pueblo, los ignoran y pisan. Por eso las cosas no cambian. Por eso seguimos en el fondo de la crisis.

Y para terminar, no puedo dejar de pensar que esto ya se repitió. Que me suena de algo. Que nos pasa porque lo llevamos en la sangre, porque decirse español conlleva llevar de apellidos este conjunto de idioteces propias de la madre patria. Y si no solucionamos eso, si no dejamos de pensar que la ropa marca a la persona, que el bando contrario es el enemigo, que uno mismo es mejor que el resto... No vamos a salir de ningún sitio. Seguiremos hundidos en la estupidez.




Tayne.

sábado, 12 de enero de 2013

Ángeles cayendo.

¿Qué se supone que debes hacer cuando ves a un ángel caer? 

Personas que, de forma increíble para los tiempos que sufrimos, ajenas a toda la malicia que fluye entre la mayoría de humanos en mayor o menor cantidad, todavía mantienen ciertos principios que me asombran. Gente que aún se muestra generosa y amable con cualquiera, que se preocupa de verdad por lo que pasa en la vida de los demás, que cree en un mundo mejor. Sin intenciones ocultas, sin buscar un beneficio. Seres humanos que merecen el cielo. Ángeles en la tierra. 

Pero muchos de nosotros nos empeñamos en enseñarles el lado cruel de la existencia. En dejar claros los errores del mundo. En evidenciar la poca recompensa que conlleva ser bueno. Quizás porque la vida nos empujó de bruces contra el suelo. O porque nosotros mismos encontramos un día a la vuelta de la esquina estas revelaciones que damos por seguras. El mundo está mal, la fe está perdida, no hay muchas soluciones ni son fáciles de conseguir. ¿Estamos acaso en lo cierto? 

El mundo es complicado, eso es innegable. Si tal vez, antes de darlo finalmente por perdido, tenéis la suerte de ver a un ángel pasar cerca de vuestro camino, parad y observad por un momento su comportamiento. Es algo digno de admirar. Ver como iluminan la cara de cualquiera, como sacan sonrisas de donde antes solo había pena. Contemplar como a pesar de las decepciones que sufren, tarde o temprano recuperan su vitalidad para seguir alumbrando la vida de los que les rodean. 

Si algún día veis a un ángel caer, recordadle que todavía este mundo los necesita. Para que haya motivos por los que luchar. Para que nos enseñen a recuperar la fe. 




Tayne.

Vuelo.

Un salto y el suelo cada vez más cerca. Caída en picado que frena a base de la fuerza de unas alas acordes a su realeza. Con un elegante giro, endereza el rumbo e inicia su camino a través de las montañas. Sorteando las copas más altas de los árboles de su territorio, planea observando a sus humildes siervos. Hoy solo es un vuelo de placer, mañana quien sabe que ser acabará en su exquisito menú. 

Aquí, en sus vastas tierras, pocos hay que osen hacerle frente. Con sus afiladas garras como freno, se detiene en el saliente más pronunciado que encuentra. Desde una de sus almenas, contempla los animales que huyen ante su cercana presencia. Su sombra alargada, proyectada por el sol sobre el suelo alfombrado de hojas, ha dejado claro quien manda en la zona. Orgullosa de su poderío, lanza un chillido que proclama una advertencia que ya todos conocen de sobra. 

De nuevo, inicia el vuelo, esta vez hacia arriba. Confundida entre las nubes oscuras que comienzan a cubrir el cielo de la tarde, se acerca a las zonas más cercanas al terreno del hombre. El hombre que caza por placer, que usa armas que la naturaleza no le dio, que enmascara su miedo entre complejos de superioridad. El hombre que se cree dueño de todo. Que ignorante es el hombre, que lejos está de la verdad. Otro chillido, esta vez con una nota de rencor, y media vuelta. Vuelta al hogar.

Con las primeras gotas de lluvia, el águila imperial, señora de los cielos, dueña de las montañas, llega a su nido. A cubierto entre los recovecos de la cima más alta, contempla el reino que la naturaleza le otorgó. En este particular rincón del mundo, donde la vida aún mantiene viva su esencia y recuerda su origen. 




Tayne.

viernes, 11 de enero de 2013

Apagas la luz.

Apagas la luz y es todo lo que necesito para llegar a ti. Sin tiempo para nada, recorro con besos todas las curvas de tu cuerpo. Tu risa solo hace que la luna que nos ilumina por la ventana brille con más fuerza. Las notas de una melodía imaginaria marcan el ritmo de los besos que fluyen entre nosotros. Tu larga melena, suelta por fin, se derrama por mi almohada. Y tu sonrisa se calca en mí, lo veo en tu mirada. Es el momento de decidir pasar la eternidad mirando el jade de tus ojos hasta que el cielo se caiga sobre nuestras cabezas, o darle la razón al instinto que me empuja a perderme en ti, hasta que solo el cansancio nos pare en contra de nuestra voluntad. Antes de que yo, torpe de mí, tome ninguna decisión, tú, dueña de mi cuerpo como siempre has sido, como siempre serás, me haces caer sobre ti. Y da comienzo nuestro particular tango, compuesto a medias entre los acordes de nuestra piel. Tu y yo, capaces de transformar un día en noche.




Tayne.

martes, 8 de enero de 2013

Tour nocturno.

Bienvenidos al tour de las noches en vela. Gracias por asistir en el día de hoy a nuestro pequeño recorrido, esperamos que sea de su agrado y quieran regresar más de una vez. Sin más, comenzamos la visita.

Como podrán observar, iniciamos el viaje por la carretera de su vida actual, con múltiples salidas a los lados. Cada camino es una vía de escape hacia otros tour, así que si así lo desean, en cualquier momento pueden desviarse y comenzar uno nuevo. Las vueltas atrás no están permitidas, no devolvemos el dinero.

Más adelante, a su derecha, pueden observar el pequeño parque florido de los sueños por cumplir. No sabemos por qué, pero se encuentra demasiado cerca de la fosa común de los sueños estrellados. Si deciden corretear por el césped, cuidado, las vallas no son muy altas y cualquier mal tropiezo puede acabar con ustedes cayendo de boca hacia ninguna parte. No le prometemos la vuelta sanos y salvos.

A su izquierda, entre aquellas luces de colores, el gran teatro del sentido común abre sus puertas mostrando en cartel las obras actuales. De estreno, La pequeña mentira del yo no volveré a hacerlo. Aunque si lo prefieren, la obra más galardonada en los últimos premios anuales, El baile de las mil caras de la gente, comienza en unos minutos.

No podemos dejar de recomendar la visita a los callejones oscuros de las divagaciones de la mente. Sin duda una de las atracciones del viaje, que aúna en una sola experiencia la búsqueda del tesoro emocional con la posibilidad de perderse entre las brumas de los trenes que partieron. Algo sin duda merecedor de su atención.

Y para terminar, llegamos a la entrada de la casa de los anhelos personales. Si hasta ahora les gusto el viaje, les invitamos a entrar. Las puertas de la izquierda llevan a los cuartos de los deseos sin sentido, las de la derecha a las salas de la impaciencia impertinente. Subiendo la escalera, encontrarán la biblioteca de los volúmenes de la soledad. Pero si miran por la ventana, quizás entre las nubes puedan aún contemplar la cara de la luna que alumbra sus vidas. Eso sí, solo algunos afortunados podrán contemplarla.

Hasta aquí el recorrido de hoy, esperamos que hayan disfrutado. Ahora les dejamos con la programación diaria. Elijan canal a su gusto, la gama de sueños y pesadillas es amplia. Buenas noches, y buena suerte.




Tayne.

sábado, 5 de enero de 2013

Noche de Reyes.

Todos hemos creído en los Reyes Magos. Nos acostábamos nerviosos, esperando impacientes que llegara la mañana para levantarnos antes que nadie y abrir nuestros regalos. Ese momento mágico, esa mañana especial, era todo lo que necesitábamos en la Navidad. Y ese día, y quizás el siguiente si el año acompañaba, lo pasábamos junto a nuestros regalos, incluso usándolos todos a la vez aunque no tuviera mucho sentido. Era la inocencia de ser un niño.

Con el tiempo y el secreto desvelado, la ilusión se transformaba. Pasaba de la locura de la niñez, a la esperanza de recibir tal o cual cosa que tanto habíamos esperado. Durante varios años hicimos planes, repartiendo regalos entre las diferentes celebraciones y rogando a nuestros padres que lo trajeran todo lo antes posible. Muchas veces no era así, varias ni siquiera era lo que tanto exigimos en su momento, pero no por ello en la mayoría de las ocasiones dejaba de sorprendernos. Aún creíamos en nuestros particulares Reyes Magos.

Crecimos. Y la edad, como con todo, cambió las cosas. Pero quizás la ilusión que provoca un regalo no se altere tanto con los años. Ahora miramos a nuestro alrededor y sabemos quién se merece un regalo, y de quién recibiremos algo. Aunque muchas veces no lo hagamos, aunque muchas veces no consigamos nada. Los tiempos que corren se ceban sobre todo con los detalles que no son imprescindibles. Pero, ¿no es imprescindible mantener la ilusión de las personas que queremos? Puede que sea más complicado realizar un regalo que no implique algo material, pero la huella que dejaremos será mucho más duradera. Ahora es el momento de ser los Reyes Magos de alguien especial para nosotros.

Así que yo espero mantener por mucho tiempo la ilusión de entregar y recoger regalos. Tal vez las personas cambien, tal vez la cantidad o calidad o forma varíe. Pero un regalo es un regalo, sobre todo cuando sabemos que la persona que lo prepara, lo hace con la misma ilusión que espera que nosotros tengamos cuando lo recibamos.




Tayne.

miércoles, 2 de enero de 2013

Ítaca.

Cuando te encuentres de camino a Ítaca,
desea que sea largo el camino,
lleno de aventuras, lleno de conocimientos.
A los Lestrigones y a los Cíclopes,
al enojado Poseidón no temas,
tales en tu camino nunca encontrarás,
si mantienes tu pensamiento elevado, y selecta
emoción tu espíritu y tu cuerpo tienta.
A los Lestrigones y a los Cíclopes,
al fiero Poseidón no encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si tu alma no los coloca ante ti.

Desea que sea largo el camino.
Que sean muchas las mañanas estivales
en que con qué alegría, con qué gozo
arribes a puertos nunca antes vistos,
deténte en los emporios fenicios,
y adquiere mercancías preciosas,
nácares y corales, ámbar y ébano,
y perfumes sensuales de todo tipo,
cuántos más perfumes sensuales puedas,
ve a ciudades de Egipto, a muchas,
aprende y aprende de los instruidos.

Ten siempre en tu mente a Ítaca.
La llegada allí es tu destino.
Pero no apresures tu viaje en absoluto.
Mejor que dure muchos años,
y ya anciano recales en la isla,
rico con cuanto ganaste en el camino,
sin esperar que te dé riquezas Ítaca.

Ítaca te dio el bello viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene más que darte.

Y si pobre la encuentras, Ítaca no te engañó.
Así sabio como te hiciste, con tanta experiencia,
comprenderás ya qué significan las Ítacas.


Konstantínos Kaváfis.




Tayne.